Las sinrazones del #ImpuestoAlChesco
Por motivos profesionales, hace unos días busqué a los más prominentes defensores de los nuevos impuestos a las bebidas azucaradas y a la “comida chatarra”, para invitarlos a debatir públicamente sus razones. Ninguno aceptó. Legisladores, dirigentes de ong´s, periodistas, activistas, representantes de organismos internacionales de salud… la mayoría dijo estar “muy ocupado” o “de viaje”, “no ser experto” en el tema, el condicionar su presencia a que estuviera tal o cual refresquero, el no querer “monopolizar” los eventos de discusión…
Pareciera que a dichos actores no les interesa disuadir, convencer, sino impedir, despojar, castigar. Y quizá, algunos, hasta beneficiarse de los impuestos recogidos o de los crecientes recursos de la floreciente industria de las prohibiciones, revestidas de “salud”, “responsabilidad social”, “ecologismo”… Activistas de mente corta y mano larga, están hechos para pontificar en las redes sociales, subidos en el tapanco de la publicidad que les paga Michael Bloomberg o el gobierno y los partidos mexicanos, o ante los propios fieles, en reuniones de “análisis” uniformes, arregladas, pero no a discutir abierta, fundada, civilizadamente.
No sorprende la cerrazón: No es que los nuevos impuestos sean un hecho y por lo tanto sus promotores puedan creer que no ameritan discutirse más (en realidad falta la sanción del Senado mexicano y, más aún, falta saber que podría decir el Poder Judicial sobre ellos), sino que no promovieron los nuevos impuestos por un afán sanitario. Lo que los mueve, en el mejor de los casos, es un objetivo de carácter recaudatorio (por eso podrían tener razón quienes hablan de que son un incipiente IVA generalizado). En el peor, meramente persecutorio. En consecuencia pocos argumentos fundados y políticas de fondo pueden aportar, que no sean publicidad sin fuentes científicas y silogismos falsos o exagerados como han hecho hasta ahora, con metas inexistentes o propuestas vagas como las de colocar bebederos públicos (¿cuántos, dónde, con qué criterios, cómo se decidirá, es posible etiquetar ingresos? Preguntas sin respuesta que dejan abierta la puerta a la discrecionalidad, la corrupción y el engaño). El propio gobierno mexicano, que los propuso, ya declaró, en voz del subsecretario de Hacienda, que “no sabe” en cuánto reducirán la obesidad dichos impuestos, auque sí sabe cuánto le aportarán… mientras la economía mexicana continúa decreciendo precisamente por su “esforzado” trabajo de subir impuestos.
Tengo para mí que la propuesta de ambos impuestos en realidad recubre un primitivo prejuicio contra las empresas (refresqueras y de cualquier otro tipo, de todos tamaños, nacionales y extranjeras). Mucha gente que los apoya de buena fe no entiende que impuestos de ese tipo (que no tienen ninguna incidencia sobre la obesidad) van contra la creación de riqueza y tienen consecuencias no previstas por sus promotores en la generación de empleos y en el crecimiento de la inflación, en momentos como este en que familias y empresas requieren la mayor cantidad de recursos posibles para salir adelante. Esas son precisamente las preocupaciones que se escondieron de discutir quienes se dedican a vender “salud” mientras buscan que el estado saquee los bolsillos de la gente.
Hoy, en el programa matutino de Carmen Aristegui por MVS, Enrique Galván Ochoa (quien en un programa pasado hace como más de un mes no escondía su felicidad ante la nueva Reforma Hacendaria de Pena Nieto aún cuando suele criticarle todo a dicho ejecutivo) sin ningún otro argumento más que el de ser una medida anti – Obesidad (cómo y por qué no lo explica) se adelantó a afirmar que si este impuesto no se aprueba seguramente será por culpa de las transnacionales poderosas que hacen cabildo y tienen mucho interés por vendernos sus refrescos. Bien, yo no rechazo que es verdad que estas compañías podrían hacer cabildo, pero el tono utilizado era por supuesto el que señala usted, “satanizar” a las empresas y más si son millonarias. Así, los refrescos o bebidas azucaradas resultan un blanco fácil. Muy distinto serìa vender la misma idea en alimentos igualmente o más dañinos para la salud como podrían ser la tortilla, los tamales, los antojitos y muchos otros íconos de nuestra gastronomía que no por ser “nuestra” dejan de ser nocivos si la persona que los consume no se modera en ellos. Así que estoy de acuerdo en lo que señala como principal causa: el prejuicio a las empresas y el afán recaudatorio e intereses de ONG’s que podrían acabar siendo clientes del Estado, al recibir una tajada de tal impuesto argumentando que ellos lucharán para combatir la obesidad. ¡Qué terrible que pocos noten la demagogia detrás y no haya en efecto un debate al respecto!
Hola. Gracias por el comentario. Sólo quisiera señalar algo: Cuando quienes piden los impuestos hablan de los “poderosos cabilderos” a favor de las refresqueras, omiten deliberadamente que ellos también tienen sus propios cabilderos profesionales. Yo los he visto en el Congreso de la Unión y saludarlos; algunos son mis conocidos. Cuando se los señalo, entonces cambian el discurso: Aceptan que también tienen sus cabilderos, pero que no son “poderosos”. En fin, incongruencias y ocultamientos de dichos “luchadores sociales”. Cordial saludo.