¿El raro soy yo?
Estoy acostumbrado a las miradas extrañas. Un mundo sin salud o educación pública –financiada y regulada por el Estado-, donde únicamente la transgresión a derechos de propiedad es considerado un crimen –sin “buenas costumbres” o preferencias personales que se consoliden en leyes y códigos penales para limitar a los demás en como relacionarse o que consumir-, y donde los mismos pueden ser perseguidos por agencias descentralizadas de seguridad y justicia parecen ser un absurdo enunciado por un alguien que no pertenece a este espacio y tiempo. Quizá tengan razón y yo sea un personaje que pertenece a un futuro heineliano desde el cual las instituciones del México de siglo XXI parecen tan obsoletas y retrogradas como las monarquías absolutas o los sistemas tribales basados en magia.
No obstante esta entrada es una de esas invitaciones a pensar en mundos posibles que disparan gestos. Invito a imaginar un mundo dónde el artículo 10° constitucional –el cual restringe y regula el uso de armas– es remplazado por algo así como la segunda enmienda de la constitución norteamericana.
Seguro ya se alzaron algunas cejas entre los lectores. Más de uno pensara “ya salió el peine, es uno de estos locos pro-armas” y si los tuviera en frente me mirarían con una mezcla lástima y preocupación. Esta idea es la que más miradas extrañas me ha merecido. Pero los invito a poner esta idea en contexto antes de creer que soy raro (por defender una idea rara, si no peligrosa). En el sitio del MLM se han compartido varias entradas acerca de la lógica del derecho a la autodefensa y sobre las armas en sí, así como de su utilidad para combatir al crimen organizado y desorganizado. Pero ahora la historia es distinta y se trata de la amenaza más grande de todas: el Estado.
Ayotzinapa representa una lección para la libertad, y desde donde yo lo veo hay dos grupos: quienes reaccionan, cómo siempre, reclamando al Estado para que ahora si haga la cosas bien; y quienes por fin se han dado cuenta que éste es parte fundamental del problema. Para los segundos, pedirle al gobierno que haga mejor su “trabajo” es inocente y no sería congruente con la lección aprendida.
El Estado es a lo mucho un mal necesario que debe ser limitado al máximo, y el individuo es el fin último de cualquier empresa política o social que involucre la convivencia en grupo. Si las armas han de existir, entonces, será mejor que su distribución no favorezca al Estado en detrimento de la posesión civil. Esa lección de libertad, tan presente en la formación de la democracia constitucional moderna que quedó plasmada en la segunda enmienda de la constitución norteamericana, es un sinsentido para los “liberales” de lo políticamente correcto y repetidores de la máxima webberiana sobre el monopolio de la violencia en manos del Estado. Olvidamos rápidamente que “siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del Pueblo a poseer y portar armas no será infringido“.
Luego me ocuparé de ellos de manera más detallada, por ahora sólo quiero invitar a pensar que quizá el marco legal que limita nuestra libertad -en pos de conservarla- es inadecuado. Que inclusive en un país con tradiciones institucionales paternalistas y estatistas podemos encontrar antecedentes legales que no limitan la portación de armas fuera del hogar -como la redacción original del 10° constitucional- y críticas legalistas a las enmiendas constitucionales y a las leyes federales que las codifican -como la de Ignacio Burgoa en Las garantias individuales.
Ya sabemos quién fue, y lo sospechamos en muchos otros casos, como en desapariciones y asesinatos de periodistas. El argumento estatista que no ve en una ciudadanía armada la solución al crimen organizado y desorganizado, sino en aumentar las capacidades represivas del Estado, no encuentra cabida donde la amenaza es el Estado mismo. ¿Qué es más raro y cual idea es más peligrosa? Quizá sea hora de al menos tener ese debate.
@menosgobierno