Jefferson en lugar de Jefferson: cómo desviar la atención de la discusión relevante
Si googleas al Presidente de los Estados Confederados, uno de los primeros resultados que aparecen es la frase “lo único que pedimos es que nos dejen en paz”. Sin embargo, para los ojos anacrónicos, esta simple petición resulta incómoda. Al comprarse las interpretaciones maniqueas de la historia se corren riesgos mortales, como el que cobró la vida de tres personas durante la manifestación #UniteTheRight en Charlottesville.
Varios grupos ondearon banderas de la Confederación y de la esvástica para exigir que una estatua de Robert E. Lee permanezca en esta ciudad de EE. UU. Este colectivo se enfrentó a quienes consideran que sus opiniones van en detrimento de la igualdad. A los medios de comunicación convencionales y alternativos, de izquierda y de derecha, profesionales e informales se les hizo muy sencillo enmarcar los sucesos de Charlottesville como una lucha entre la libertad de expresión y los derechos de las minorías. Por desgracia, esta retórica y falso dilema sólo logran distraer de la discusión relevante.
Visiones encontradas
En primer lugar, tenemos a quienes consideran que los monumentos públicos a personajes de la Confederación deben ser retirados. Wes Bellamy, el teniente del alcalde de la ciudad y un hombre negro, argumenta que la estatua lo ofende pues ésta conmemora a una persona que luchó por la esclavitud y capturó negros libres durante la Guerra Civil. En segundo lugar, algunas personas quieren preservar los monumentos de los confederados. Eugene Williams, un hombre negro de 89 años que dirigió Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés) y luchó por la desegregación, sostiene que los monumentos de la Confederación deben conservarse; ya que, estos tienen un efecto positivo en la sociedad: reflexionar sobre el horror de las leyes Jim Crow. Por último, están aquellos para quienes el monumento constituye un elemento de identidad. Richard Spencer, el autodenominado nacionalista blanco y llamado neonazi y supremacista blanco por sus opositores, defiende que las políticas de inclusión e igualdad en el espacio público amenazan los valores centrales de su identidad. ¿Quién tiene la razón?
Antes que nada, permítanme señalar un punto en particular: un hombre negro quiere que la estatua se vaya; el otro hombre negro, que se quede. El justiciero social promedio alegaría que Williams ha internalizado la opresión y el racismo. A lo que yo respondo: ¿todos los que se identifican por algún rasgo (raza, religión, género, nacionalidad) tienen que pensar igual exactamente igual? Ahora, la lógica de “si no estás conmigo, estás contra mí” reduce y menosprecia las opiniones distintas. Podemos inferir que Bellamy y Williams quieren lo mismo, combatir el racismo, pero valoran distinto cómo combatirlo. Los intereses de grupo rara vez encuentran sustento en la realidad.
El dilema que nos presentan los medios y redes sociales se construye sobre la tensión generada por visiones aparentemente incompatibles para la vida pacífica en sociedad. El problema del dilema, es que requiere la figura del gobierno y su aparato coercitivo para que la tensión sea relevante. El miedo y el conflicto surgen de la posibilidad de influir en una esfera pública que cada vez tiene mayor injerencia sobre la privada.
El problema de raíz
La primera cara del problema se asoma al pensar en Bellamy como un “contribuyente”. Cada vez que él recibe su pago por su trabajo o intercambia con ese pago por bienes y servicios, un parte es retirada por el gobierno para bienes y servicios públicos. Parte de estos impuestos se destina a mantener los monumentos que para él conmemoran y enaltecen sistemas opresores racistas. Cada mes, el Estado obliga a Bellamy a pagar por el mantenimiento de la estatua de Robert E. Lee. ¿Bellamy pidió la estatua? No. ¿Bellamy quiere la estatua? Tampoco. ¿Es justo que Bellamy pague por mantener la estatua?
Este Jano muestra su rostro más importante sí pensamos en los miedos de Spencer y la visión de Williams. El primero cree que el gobierno lleva a cabo una persecución en contra de sus valores; el segundo, que el gobierno debe impulsar sus ideales. Uno podría pensar que el mejor gobierno es aquel que promueve los ideales de igualdad y la justicia; sin embargo, resulta menester preguntarse los parámetros para decir qué es la igualdad y la justicia. Algunos creen que el gobierno debe reeducar en los mejores valores de la sociedad, pero ¿cuáles son esos valores, quién los define y por qué?
Spencer tiene una definición propia de justicia e igualdad. Williams entiende la justicia y la igualdad de otra manera. Además, ambos ven la concepción del otro como una amenaza para la propia. Tienen miedo de que el otro, con valores distintos, tome el aparato de gobierno y por medio de la coerción los reeduque. ¿Qué es la reeducación? Pues, hasta donde yo sé, así le dicen a la tortura los norcoreanos y otros que creen en el poder del Estado sobre el individuo.
Un aparato estatal supuestamente legitimado por la democracia capaz de obligar al individuo en contra de su consciencia y torcer sus valores puede ser utilizado eventualmente por otras personas para obligarme a mí a traicionar mi conciencia y mis principios. Estos monumentos públicos, sin un claro dueño ni responsabilidad individual, financiados por todos, a la vista de todos, y la forma en que el aparato coercitivo genera la situación, crean la posibilidad de que otro oprima. El miedo, el conflicto, la intolerancia, por ambas partes, son epifenómenos del núcleo del problema y su naturaleza coercitiva y hostil a la libertad individual. Pero resulta más fácil enfrascarse en falsos dilemas como libertad de expresión contra los vulnerables que entablar un diálogo serio sobre, como diría el padre fundador, que el mejor gobierno es el que menos gobierna.
Se trata entonces de limitar el poder político para no temer nunca de quien lo ostente. Se trata también de encontrar maneras en las que visiones contrarias de lo que debería ser la vida en sociedad puedan cooperar sin tener que comprometer sus ideales. Los derechos de propiedad son un mecanismo para ambas tareas, pero eso, sin ser otra historia, será materia de otra entrada