Economía austriaca para principiantes: El cálculo económico
En una economía de intercambio, el valor objetivo de intercambio de los bienes de consumo pasa a ser la unidad de cálculo. Esto encierra tres ventajas. En primer lugar, podemos tomar como base del cálculo la evaluación de todos los individuos que participan en el comercio. […] En segundo lugar, los cálculos de esta índole proporcionan control sobre el uso apropiado de los medios de producción. Permiten a aquellos que desean calcular el costo de complicados procesos de producción, distinguir inmediatamente si están trabajando tan económicamente como otros. Si a los precios del mercado no logran sacar ganancias del proceso, queda demostrado que los otros son más capaces de sacar provecho de los bienes instrumentales a que nos referimos. Finalmente, los cálculos basados sobre valores de intercambio nos permiten reducir los valores a una unidad común. […] En una economía de dinero, el dinero es el bien elegido. [1]
De esto se deduce que el dinero, más que el medio por el que se lleva a cabo la explotación según los teóricos marxistas, es en realidad el motor que permite que se dé el cálculo económico y que, por lo tanto, la eficiencia en la economía sea mucho mayor. El dinero implica una mejor asignación de recursos.
1.2 LA IMPOSBILIDAD DEL CÁLCULO ECONÓMICO EN EL SOCIALISMO
Heredero de Ludwig von Mises, el economista español Jesús Huerta de Soto nos habla de la función empresarial como base de la actividad económica. « En un sentido general o amplio la función empresarial coincide con la acción humana misma. En este sentido podría afirmarse que ejerce la función empresarial cualquier persona que actúa para modificar el presente y conseguir sus objetivos en el futuro»[2]. Por extensión, Huerta de Soto afirma que la sociedad es una estructura dinámica de tipo espontáneo y de interacciones humanas que «básicamente son relaciones de intercambio que en muchas ocasiones se plasman en precios monetarios y siempre se efectúan según normas, hábitos o pautas de conducta; movidas todas ellas por la fuerza de la función empresarial» . Es a partir de esta definición que se concluye que todo aquel sistema que supone la negación empresarial, ligada intrínseca e irremediablemente a la economía de mercado, imposibilita el cálculo económico, la eficiencia y el bienestar. No es extraño pensar, pues, que en aquellas economías altamente planificadas la función empresarial de cientos de individuos es remplazada por un órgano central que diseña el destino de las interacciones humanas que, en condiciones espontáneas, serían llevadas a cabo por un sinnúmero de personas. Esto, a grandes rasgos, también ofrece la definición de mercado, ya que éste es el espacio donde el cálculo económico se lleva a cabo.
En este sentido, resulta evidente que por medio de las unidades monetarias, los individuos pueden realizar el cálculo de costos y beneficios tanto cuantitativa como cualitativamente. El mercado, entendido como la unión de un gran número de individuos realizando estas mismas acciones, supone la competencia entre individuos que, tomando en cuenta su propio cálculo económico y el de sus competidores, buscan mayor eficiencia.
Por otro lado, en una economía donde no existe un patrón monetario, o en la que las variables son controladas por un órgano de planificación central, tampoco hay lugar para una medida satisfactoria de eficiencia. Si el espíritu del capitalismo es la asignación óptima de recursos para así obtener mayores ganancias, esta característica desaparece en tanto no exista la función empresarial que hemos descrito anteriormente y, en consecuencia, no hay manera de saber si las unidades productivas se encuentran siendo utilizadas de manera eficiente.
Atendiendo a las afirmaciones previas, la vida social es posible ya que los individuos aprenden a modificar su comportamiento teniendo en cuenta el de los demás. Lo que para la teoría económica convencional es el equilibrio, no es más que el proceso complejo de aprendizaje de las personas que da como resultado una coordinación que, se puede decir, fluctúa alrededor del equilibrio y que, por supuesto, no es algo estático. La duda que aquí se plantea es si el socialismo, basado en la figura de la planificación central y en la negación de la función empresarial, es posible que esta coordinación se dé entre la enorme cantidad de individuos que integran una sociedad.
Tampoco la información económica es estática, ya que la continua interacción de agentes económicos genera, a su vez y de manera espontánea, nueva información que el mercado recoge. A esta altura vale la pena hacer un matiz con la interpretación neoclásica que supone el total equilibrio. A diferencia de lo que el modelo de competencia perfecta establece, no hay razones para pensar que en un ambiente de libre mercado todos los individuos son capaces de conocer la totalidad de la información. Las interacciones suponen agentes que poseen información parcial y, en conjunto, estas relaciones de mercado se integran para desencadenar un proceso coordinador. Entendemos, pues, que coordinación en el mercado es algo similar aunque no idéntico que equilibrio.
Para Huerta de Soto existe una categoría conocida como mandato, y es ésta la que caracteriza a las economías socialistas. Este concepto «puede ser definido como toda institución o disposición específica de contenido concreto que, con independencia de cuál sea su apariencia judicial forma, prohíbe, ordena y obliga a efectuar acciones determinadas en circunstancias particulares. El mandato se caracteriza por no permitir que el ser humano ejerza libremente su función empresarial en aquella área social sobra la que índice. Los mandatos, además, son creaciones deliberadas del órgano director que ejerce la coacción institucional, y mediante ellos se pretende forzar a que todos los actores cumplan o persigan, no sus fines particulares, sino los fines de aquel que ejerce el gobierno o mando»[3] . Este concepto resulta especialmente importante cuando se analizan los efectos del socialismo real sobre las diversas esferas económicas de la sociedad.
Lo que aquí se establece es la imposibilidad del órgano planificador de ejercer el cálculo económico con independencia de sus fines. Esto se debe a que, ignorando la información económica que está creándose de manera continua, este órgano no podrá conocer los verdaderos costos a tomar en cuenta para el fin perseguido. Más allá de una interpretación meramente cuantitativa, por costo nos referimos al valor subjetivo que el individuo confiere a aquello a lo que renuncia por obtener un fin. Tal y como dice Huerta de Soto, «el órgano director no puede hacerse con el conocimiento necesario para darse cuenta del coste verdadero en el que incurre según sus propias escalas valorativas, pues la información sobre las circunstancias específicas de tiempo y ligar necesaria para estimar los costes se encuentra dispersa en la mente de todos los seres humanos que constituyen el proceso social»[4] .
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[1] Ludwig von Mises, El cálculo económico en el sistema socialista, 1920. La cita la tomé de Orden natural y espontáneo.
[2]Jesús Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y función empresarial.
[3]Ibíd.
[4]Ibíd.