El Mito del TLCAN
El Mito del TLCAN
Título Original : The NAFTA Myth.
Publicado en Octubre de 1993
Traducción del MLM.
Los Estadounidenses – o al menos el establishment estadounidense—son la gente más ingenua en la tierra. Cuando Gorbachev intentó vender sus timidas reformas como “socialismo de mercado,” solo el establishment estadounidense celebró. El público soviético inmediatamente notó su falsedad y no la aceptó. Cuando el Stalinista polaco Oskar Lange pidió descaradamente “socialismo de mercado”, solo los economistas estadounidenses echaron porras. El público polaco conocía lo que realmente sucedía.
Para algunas personas, pareciera, que todo lo que tienes que hacer para convencerlos de la naturaleza de “libre empresa” de algo es ponerle la etiqueta “de mercado”, y así hemos presenciado el surgimiento de grotescas creaturas como el “socialismo de mercado” o el “liberalismo social de mercado”. La palabra “Libertad” por supuesto, también es usada para llamar la atención, y por lo tanto otra forma de conseguir simpatizantes en una era que exalta la retórica por sobre la sustancia es simplemente llamarte a ti mismo o a tu propuesta “libre mercado” o “libre comercio”. Las etiquetas suelen ser suficiente para pillar a los tontos.
Y así, entre los campeones del libre comercio, la etiqueta “Tratado de libre comercio de América del Norte” supone conseguir un consentimiento incuestionable. “¿Cómo puedes estar en contra del libre comercio?” es muy fácil. Los amigos que nos trajeron el TLCAN y pretenden llamarlo “libre comercio” son las mismas personas que llaman al gasto de gobierno “inversión”, a los impuestos “contribuciones” y a las alzas de impuestos “reducción del déficit.” No olvidemos que los comunistas también solían llamar a su sistema “libertad”.
En primer lugar, un libre comercio genuino no requiere de acuerdos (o su primo deforme, un “tratado de comercio”; el TLCAN es llamando un tratado de comercio para poder evitar el requerimiento constitucional de ser aprobado por dos tercios del senado). Si el establishment verdaderamente quiere libre comercio, lo único que tiene que hacer es revocar los numerosos aranceles, las cuotas de importación, las leyes anti-dumping y otras restricciones impuestas al comercio. No se requieren de maniobras de política exterior.
Si un auténtico libre mercado se asoma alguna vez en el horizonte de la política, habrá una forma segura de darse cuenta. El gobierno/medios/grandes empresas se opondrán con uñas y dientes. Veremos una serie de editoriales “advirtiéndonos” sobre el inminente retorno del siglo XIX. Comentaristas de medios y académicos volverán a sacar los viejos cuentos contra el libre mercado, que trae explotación y es anárquico sin coordinación gubernamental. El establishment reaccionaría tan entusiastamente a instaurar el libre mercado cómo reaccionaría a que se quite el impuesto sobre la renta.
En realidad, la proclama del “libre comercio” del establishment bipartidista, desde la segunda guerra mundial, alberga lo opuesto de la verdadera libertad de intercambio. Las metas y tácticas del establishment han sido consistentes con aquellas del enemigo tradicional del libre comercio, el mercantilismo –el sistema impuesto por los estados-nación en Europa entre los siglos XVI y XVIII. El infame viaje del presidente Bush a Japón fue solo un caso: la política de comercio como un sistema contnuo de maniobras para buscar forzar a otros países a comprar más productos estadounidenses.
Mientras que los defensores del libre comercio genuino miran a los mercado y al comercio, doméstico o internacional, desde el punto de vista del consumidor (esto es, todos nosotros), el mercantilista, del siglo XVI o actual, observa el comercio desde el punto de vista de la élite de poder, las grandes empresas en alianza con el gobierno. Los partidarios del libre comercio genuino consideran a las exportaciones como medios para pagar por importaciones, de la misma forma que los bienes en general son producidos para ser vendidos a los consumidores. Pero los mercantilistas quieren privilegiar a la elite de gobernantes y empresas a cuesta de los consumidores, sean domésticos o extranjeros.
En negociaciones con Japón, por ejemplo, hayan sido conducidas por Reagan o Bush o Clinton, el punto es forzar a Japón a comprar más productos americanos, a cambio de lo que el gobierno estadounidense gentilmente pero de mala gana dará permiso a los japoneses de vender sus productos a los consumidores americanos. Las importaciones son el precio que el gobierno paga para que otras naciones acepten nuestras importaciones.
Otra característica crucial de la política comercial del establshment después de la segunda guerra mundial es poner fuertes subsidios a las exportaciones en nombre del “libre comercio”. Uno de los métodos favoritos para subsidiar ha sido el amado sistema de ayuda a países extranjeros, el cual, bajo la máscara de “reconstruir Europa,” “detener al comunismo,” o “esparcir la democracia,” es un fraude mediante el cual se obliga a los contribuyentes a subsidiar a las empresas exportadoras y a los gobiernos extranjeros que apoyan este sistema. El TLCAN representa la continuación de éste sistema al enlistar al gobierno de los Estados Unidos y sus contribuyentes en ésta causa.
Si, el TLCAN, es más que solo un tratado de comercio entre grandes empresas. Es parte de una muy larga campaña para integrar y cartelizar al gobierno buscando atrincherar la economía mixta intervencionista. En Europa, la campaña culminó en el Tratado de Maastricht, el intento de imponer una moneda y banco central únicos en Europa y forzar a sus economías relativamente libres a avanzar hacia ser estados regulatorios y asistencialistas.
En Estados Unidos, éstas políticas han adquirido la forma de la transferencia de los derechos judiciales y legislativos de los estados hacia la rama ejecutiva del gobierno federal. Las negociaciones del TLCAN han ampliado esto al centralizar continentalmente el poder del gobierno, disminuyendo así la habilidad de los contribuyentes de oponerse a las acciones de sus gobernantes.
Así es como la canción de sirena del TLCAN es la misma tonada seductora con la cual los Eurócratas socialistas han intentado que los europeos se rindan al súper-estatismo de la Comunidad Europea: ¿No sería maravilloso que Norte América fuera una gran y poderosa “unidad de libre comercio” como Europa? La realidad es muy diferente: intervención y planeación socialista por parte de una comisión supra-nacional del TLCAN o de los burócratas en Bruselas que no responden a nadie.
Y justo como Bruselas ha forzado a los países Europeos de bajos impuestos a que los suban a la media europea o a que expandan su “estado de bienestar” en el nombre de la “justicia”, de “nivelar el campo de juego”, de “armonizar hacia arriba,” así también las Comisiones del TLCAN tendrán el poder de “armonizar hacia arriba,” de pasar por encima del trabajo y de otras leyes de los gobiernos estatales de Estados Unidos.
El representante de comercio de Clinton, Mickey Kantor, ha cacareado que, bajo el TLCAN, “ningún país en el tratado podrá jamás bajar sus estándares ambientales.” Bajo el TLCAN, no tendremos la posibilidad de echar atrás o repeler las provisiones laborales y ambientales del estado de bienestar ya que el tratado las tendrá aseguradas para siempre.
En el mundo actual es mejor oponerse a todo tratado, con excepción de la enmienda constitucional de Bricker, que pudo haber pasado al congreso en los años 50 pero fue eliminada por la administración de Eisenhower. Desafortunadamente, bajo la Constitución, todo tratado es considerado “la suprema ley de la tierra,” y la enmienda Bricker pudo haber prevenido que cualquier tratado pudiera pasar por encima de los derechos constitucionales preexistentes. Pero si bien debemos ser precavidos con cualquier tratado, debemos ser particularmente hostiles a un tratado que cree estructuras supranacionales, como lo hace el TLCAN.
Los peores aspectos del TLCAN son los arreglos del lado Clintoniano, que han convertido el desafortunado tratado de Bush en un horror de estatismo internacional. Tenemos arreglos laterales para agradecer a las comisiones supranacionales y su “armonización hacia arriba.” Estos arreglos laterales también empujan otro aspecto de éste “engaño de libre comercio”, el de la ayuda internacional. Estos tratados harán que los Estados Unidos puedan utilizar un estimado de 20 mil millones de dólares en México para una “limpieza ambiental” a lo largo de la frontera México-Estados Unidos. Además de eso, los Estados Unidos han acordado informalmente lanzar billones de dólares a los fondos del gobierno Mexicano a través del Banco Mundial cuando se firme el TLCAN.
Como cualquier política que beneficie al gobierno y sus intereses, el establishment ha emprendido cuanto esfuerzo puede para lanzar propaganda a favor del TLCAN. Sus aliados intelectuales han formado redes para defender la causa de la centralización. Incluso si el TLCAN fuera un tratado valioso, éste esfuerzo, del gobierno y sus amigos, levantaría sospechas.
El público tiene razón en sospechar que éste esfuerzo tiene que ver con la gran cantidad de dinero que el gobierno Mexicano y sus intereses especiales están gastando en hacer cabildeo a favor del TLCAN. Ese dinero es, por decir algo, el enganche de los 20 mil millones que el Gobierno Mexicano esperan estafar a los contribuyentes Estadounidenses una vez que pase el TLCAN.
Los defensores del TLCAN dicen que debemos sacrificarnos para “salvar” al Presidente Mexicano Carlos Salinas y sus presuntas políticas maravillosas de “libre mercado”. Pero con seguridad los americanos están cansados de hacer sacrificios eternos, de ponerse la soga al cuello a favor de objetivos internacionales confusos que nunca parecen beneficiarles. Si el TLCAN muere, Salinas y su partido podrían caer. Pero lo que eso significa es que el despiadado régimen monopartidista del PRI en México podría finalmente terminar después de muchas décadas de corrupción. ¿Qué tiene eso de malo? ¿Por qué eso causaría que se estremecieran nuestros campeones de la “democracia global”?
Debemos observar la supuesta nobleza de Carlos Salinas del mismo modo que observamos a otros héroes de recambio que nos sirve el establishment. ¿Cúantos americanos saben, por ejemplo, que bajo el anexo 602.3 del TLCAN, el gobierno de “libre mercado” de Salinas se reserva a él mismo toda la exploración y uso, toda la inversión y provisión, toda la refinación y procesamiento, todo el intercambio, transporte y distribución, de petróleo y gas natural? Toda inversión privada en la operación del petróleo y gas en México, en otras palabras, queda prohibida. ¿Es para preservar ese gobierno que los americanos deberían sacrificarse?
Una mayoría de conservadores ingleses y alemanes tienen presentes los peligros de la Eurocracia del Bruselas-Maastricht. Ellos comprenden que cuando las personas y las instituciones, cuya existencia está consagrada a promover el estatismo de pronto defienden la libertad, algo anda mal. Los defensores Americanos del libre mercado deberían también tener presentes los peligros equivalentes en el TLCAN