El Papa Benedicto XVI y el Capitalismo

Inició 2013 y el Papa Benedicto XVI comenzó una cruzada en contra del capitalismo. Claro, sin advertir que él mismo se beneficia de él, comenzando por su reciente cuenta de Twitter y siguiendo con el lujo de su vestimenta y las usuales pompa y circunstancia de El Vaticano. Que organismos propagandísticos del castrismo, por ejemplo (http://goo.gl/LjGjj), le hayan dado una basta difusión a sus palabras ya debiera llevar a sospecha. No sería la primera vez en que sus principales beneficiarios del capitalismo se vuelven contra él. En casa del herrero, cuchillito de palo. Ello está en la propia capacidad de innovación y recreación del mismo capitalismo.

Sin embargo, para quienes creemos en las ideas del libre mercado (capitalismo en suma), las ideas del Papa no pueden combatirse con una simple descalificación, dadas su trascendencia y las consecuencias que entrañan. Por eso detengámonos un poco más en lo que dice el Papa.

En su mensaje de Año Nuevo (texto completo en: http://goo.gl/H5s6R), Benedicto XVI criticó la desigualdad entre ricos y pobres, así como la “mentalidad egoísta e individualista” expresada en la forma de un “capitalismo financiero no regulado”, que “representa un peligro para la paz”. Pareciera que Benedicto XVI pide mayor regulación, en el sentido de más legislación y mecanismos de control de tipo burocrático-administrativo sobre la Banca y en general, sobre toda actividad económica. Sostener que el Papa tal vez no quiso decir eso, como ya se han apresurado a decir algunos, queda sólo en el terreno de la especulación. Lo objetivo es que en su mensaje pide un marco normativo con menos y menos libertad para la acción humana.

No debieran sorprender las palabras de Benedicto XVI: La Iglesia desde tiempos inmemoriales ha asociado el capitalismo con la perversidad, la maldad, y hasta ha buscado expurgar el propio término de “capitalismo”, tal como llegó a proponer Juan Pablo II. La base de este odio está en la creencia íntima de la Iglesia de que el ser humano necesita reglas, órdenes, mandamientos dictados desde un orden superior. También en las dos visiones diametralmente opuestas entre el empresario y el sacerdote. Mientras el capitalista ofrece bienes productivos, que el público desea o no comprar al satisfacer o no una necesidad, la jerarquía eclesiástica se aprecia como una guía espiritual que debe de obligar a actuar “bien”, lo quiera o no el público al que se dirige. No es una exageración afirmar que detrás de cada sacerdote hay un dictador en potencia: No otra cosa es justamente la jerarquía eclesiástica.

Las palabras de Benedicto XVI son partes de la visión que asocia la actual crisis económica con la acción de los mercados, y supone que la alternativa es defender a toda costa el llamado Estado de Bienestar. En contraste, quienes creemos en la libertad, partimos de la idea de que la crisis económica es precisamente un efecto de la intervención del estado en el mercado de capitales, comenzando por la emisión de moneda sin respaldo (la más de las veces para dar un falso soporte a ese Estad de Bienestar), acción justamente del gobierno y no del mercado libre. La intervención del gobierno y la presencia y acción de los bancos centrales, expandiendo el crédito artificialmente, son y serán la causa de las crisis. Su solución, en contraste, es impedir las intervenciones gubernamentales,contrarias a la economía de mercado. En todo caso, lo que hoy está en crisis es precisamente el desmesurado e irresponsable intervencionismo público, vía regulaciones financieras y controles político-económicos. El Papa, pues, estaría precisamente abogando por la enfermedad, no por el remedio.

En su mensaje, Benedicto XVI se refiere a otras expresiones, desde su visión, de esa “mentalidad egoísta e individualista (…) que pone en peligro la construcción de la paz”, tales como el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual… Referirse en detalle a cada uno de esos otros “riesgos para la paz” sería fatigoso y al final, nos conduciría a apreciaciones similares a las del “capitalismo financiero”, para en suma, concluir que no hay herejía ni filosofía tan abominable para la Iglesia (o mejor dicho para su jerarquía) como la acción humana y el mismo ser humano.

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