El subconsciente del #ImpuestoAlChesco
México se prepara para vivir con un nuevo impuesto, que se sumará a los quince que asfixian el progreso productivo del país. Se trata del impuesto a los refrescos (gaseosas) y bebidas azucaradas, discutido en las redes sociales bajo el hashtag o etiqueta de #ImpuestoAlChesco.
Aunque sus promotores (financiados con recursos del millonario alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, con propósitos no explícitos, y tras el fracaso de una tentativa similar en EEUU) hablan de que el objetivo del impuesto es limitar el consumo de refrescos y, de esa manera, combatir la creciente obesidad en México y el explosivo crecimiento del gasto público en relación a la diabetes y otros males asociados a la obesidad, en realidad el planteamiento parece tener una única intención recaudadora, ya que no lo acompaña ninguna propuesta integral de política pública para resolver el problema de la obesidad ni un proyecto serio y de fondo para enfrentar la progresiva ineficiencia del sistema de salud público mexicano. Adicionalmente, el planteamiento va en contra de todas las evidencias científicas en la materia, obviando los componentes multifactoriales de la obesidad, como lo han venido señalando múltiples expertos, no atribuible única ni preponderantemente a los refrescos. Esto sin hablar de que los impuestos de ese tipo no reducen la obesidad, de que terminan afectando a los más pobres, sin ninguna de sus supuestas ventajas, además de incidir en la moda inquisitorial que ahora se cierne sobre los refrescos, el azúcar… ¿y mañana sobre qué otro alimento o producto?
Pero hay otra motivación prejuiciosa a mi parecer tras del #ImpuestoAlChesco y de la que, hasta donde conozco, no se ha hablado, aunque muchos de sus promotores, con sus ataques constantes a las “grandes empresas” refresqueras la traslucen. Es la animadversión precisamente a las empresas (éstas y de cualquier otro tipo o actividad), a las que se acusa de privilegiar el dinero y el lucro por sobre un supuesto sentido de la salud, la responsabilidad o lo que sea. Quienes así piensan olvidan o simplemente desconocen que el mercado no premia a aquellas empresas o individuos según sus “méritos”, de acuerdo a un inexistente estándar absoluto de justicia, sino a quienes muestran mayor eficiencia en la satisfacción de los deseos de los demás. En tal sentido, pareciera que el real objetivo del #ImpuestoAlChesco no es la salud de nadie, sino simplemente dañar a unas empresas.
Que detrás del #ImpuestoAlChesco se esconda el rencor de muchos contra las empresas y el proceso empresarial no debiera sorprender: Bien vistas, las políticas redistributivas vía impuestos precisamente se sostienen sobre la envidia por lo ajeno y el consecuente rencor. Pero no se puede ser tan directo y por ello los promotores hablan en términos generales. Así, envidia y resentimiento (probablemente también ignorancia) no son dirigidos a personas concretas, sino a abstracciones como “grandes empresas”, “Coca-Cola” o “capitalismo”, disfrazados de buenas intenciones y filantropía. En su subconsciente, los críticos ven que esas empresas son preferidas y han llegado a la cima, mientras ellos han fracasado (o creen haber fracasado) en la tentativa. En tal sentido, hoy podríamos decir (Churchill perdóname!) que el #ImpuestoAlChesco es una forma más, otra, de la filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia, el evangelio de la envidia.
Atribuir todos los males imaginables (y más si es posible) a las empresas (grandes, chicas o micros) es ignorar el papel fundamental que todas ellas desempeñan en el mercado (lo que no significa disculpar malas prácticas, pero éstas deben discriminarse caso por caso), pues son precisamente, por ejemplo, las que hacen llegar a las masas los beneficios de los avances tecnológicos que antes eran el patrimonio exclusivo de unos cuantos. Así, el que existan minorías adineradas que puedan “darse el lujo” de comprar novedades a las que la mayoría no tiene acceso, es lo que permite preparar y abrir el mercado para su posterior desarrollo y producción en masa, con la consiguiente generalización de la prosperidad.
Cebarse contra las empresas refresqueras es olvidar que gracias a esas empresas (y muchísimas otras) hoy los individuos de una sociedad pueden tener un mejor, más barato y más variado consumo, acceder a mejores tratamientos médicos, incrementar su bienestar, estar algo más cómodos y ser un poco más felices que antes. Ellas contribuyen a eliminar las penurias tanto como es posible. Año con año. Así, las empresas son quienes favorecen decisivamente al progreso económico y al aumento del nivel de vida de un país. Y también contribuyen a crear, mantener y expandir a las clases medias, más que cualquier gobierno.
Las empresas son instituciones que garantizan la libertad, la cooperación social, la división del trabajo, la expansión de los mercados, es decir, los fundamentos del capitalismo. Ir contra ellas, como hacen varios de los proponentes del #ImpuestoAlChesco (quizá de manera inconsciente), es adherirse a la falsa fantasía de que otro sistema es mejor, uno que creen mejor por resentimiento, envidia o ignorancia.
Quienes critican el proceso del mercado no se toman el trabajo de analizarlo como proceso social, sino que perezosamente se presentan como guías “espirituales”, “de la salud” o del “bien vivir”. Detrás de ellos hay dictadores en potencia, que al menor descuido querrán asumir el poder político para imponernos sus personales deseos y ocurrencias. Adalides del “progresismo”, la “salud”, la “justicia”, las prohibiciones, la uniformidad, la tiranía… Muchos de ellos se esconden detrás del doublespeak orwelliano y de las “buenas intenciones” del #ImpuestoAlChesco.
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[…] Publicado originalmente en el portal del Movimiento Libertario de México: http://www.libertarios.info/site/el-subconsciente-del-impuestoalchesco/ […]