Matías el muerto

Estaban ahí. Sonando… la locura lo corrompía cada vez que tronaban contra el piso.

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No podía dejar de voltear.

“¿Los sonidos están en mi cabeza?”

Las gotas en su cuello eran la clara indicación del desgaste físico que sufría.

Un escalpelo en la mesa de metal derruida frente a él teñía de sangre un estropajo sucio. El lino con el que el visitador se limpiaba el sudor.

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“Nunca tuve más ganas de gritar” pensó Matías. “Pero eso es lo que haría Matías, no yo. Yo me guardo silencio. Sí, sí, yo quiero complacerlo.”

Mientras tanto, sus manos colgaban como dos trozos de piel y huesos. Dos ligeros tendones lo  ataban contra las trabes del techo.

“Antes eran más gruesas, antes eran cadenas. Pero ahora soy mucho mejor, él lo dijo. Él lo dijo. Podría deshacer los nudos, tomar el escalpelo y matarlo. O intentar escapar… Cállate Matías, tú te moriste. Tú lograste que te mataran. Yo sigo vivo y no me vas a matar a mí.”

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Una gota de sudor cayó, el aire exhausto la dejó pasar. Una piel mostraba una clavícula delgada; sucia, su piel colgaba de los huesos de Matías. Manchas negras de piel carbonizada lo bañaban de pies a cabeza dejando la impresión de un cuerpo moteado.

Mordía su labio nerviosamente. Gemía con ruidos guturales que llenaban el cuarto. Todos los sonidos de su cuerpo eran pequeños. Como su musculatura.

Nunca había sido un hombre particularmente fuerte. Ciertamente sí más que en ese entonces. La piel que colgaba de sus piernas y brazos como un marco derretido mostraba melancolicamente los recuerdos de un cuerpo una vez más fuerte y completo.

Las mordidas en sus muslos y brazos eran un recordatorio del hambre. “Eso me dijo. Las mordidas nos recuerdan el hambre. Sí, sí, sí.”

“¿Quién me mordió?” se preguntaba.

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“Cualquiera de ellas podría ser mía. ¿O me mordieron?”. Una ligera corriente de aire le hizo pensar en un barco. “¿Matías tenía un barco? “No, no. Matías está muerto. Lo matamos, jejeje, lo matamos.”

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“¿Dónde está ese sonido? … ¿En mi cabeza? Siempre que suena quiero gritar. Ya! Callen lo que sea que haga eso” pensó Matías. “Cállate, cállate, cállate Matías.”

“Los muertos no se quejan tanto, y tú te quejas de todo. Sé un buen muerto y cállate”. Una lágrima corría sobre su mejilla. “¿De quién es esa lágrima?” se preguntó. “No recuerdo estar llorando. ¿Estas llorando de nuevo Matías? Para él no lloramos. No, no, no. Para él reímos. Sí, sí, sí.”

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“¿Ese sonido está en mi cabeza?”

Matías lamía sus labios con frecuencia, actividad que le había costado un par de labios quebrados y con pedazos de piel faltantes. Secos por deshidratación y atacados por sus gestos nerviosos ahora se mostraban como víctimas de la rata que roía en su mente, nerviosa y alarmada. Pensó en sus labios un instante…. río locamente al pensar que le dolían. “Dolor de labios, jajaja, que ridículo, a nadie le duelen los labios. A nadie le duele nada. jajaja. Sí, sí, sí. Dolor de labios no, no y no.”

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“¿Tres? no, no, no. Dos. ¿Ese tercero estuvo en mi cabeza? ¿Es el eco?”

Su cara mostraba un parpadeo casi frenético, generalmente asociado a las víctimas de algún síndrome nervioso. Sin embargo, Matías había nacido libre de esos síndromes. Su cuello tampoco se movía así, tan repentino. “Pero lo matamos, jejeje, lo matamos. Te moriste Matías. ¿Te acuerdas? Sí, sí y sí.”

La manija de la puerta comenzó a moverse. “Ya viene… ¡Te matamos, acuérdate! ¡Acuérdate que te matamos, ahí viene y te matamos, o.k.!” Los sonidos correspondientes a un par de llaves abriendo un par de cerrojos se siguieron como desfilando en el tiempo. Dos grandes golpes marcaron la apertura de lo que parecían dos candados. Finalmente, la puerta comenzó a ceder ante el empuje de algo del otro lado de la puerta.

“Ya llegó, ya llegó ¡y te moriste! jajajaja ¡te moriste!”

Era un hombre, o algo similar a uno. Una mano gorda y fuerte cerró la puerta de nuevo. En el espacio de tiempo entre la apertura y el cierre de la puerta el olor a mar entró para llenar la habitación. El aire viciado del cuarto pareció ceder en su densidad por un momento.

Una frente sudaba profusamente. La mano tomó un estropajo sucio y un escalpelo. Limpió la frente suavemente. Una boca dijo “Las mordidas son recordatorios del hambre”. Matías gimió haciendo un sonido que indicaba acuerdo. Una mano dejó el harapo sucio sobre la mesa y se recargo descansando el peso de un cuerpo que la sostenía.

“Entonces, has sido bueno” preguntó la boca.” Matías gimió asintiendo tímidamente. Lleno de nervios, el gemido parecía esconder dolor detrás de sí. “¿Has visto a Matías desde que lo mataste?” preguntó la boca.

“No, no y no.” Dijo Matías. “Cállate Matías, tú estás muerto. jejje sí, te matamos”. Ese pensamiento lo dejó casi tranquilo, como cuando uno vence a una enfermedad. “Bueno, entonces creo que estamos los dos más seguros. ¿Crees que te podríamos soltar y estarías más tranquilo? Después de todo, Matías ya no está aquí para lastimar a nadie” Dijo la boca en tono complaciente.

“A nadie, a nadie puede lastimar un muerto. Los muertos no pueden moverse. Sí, sí y sí.”

La mano soltó cada una de las cuerdas que ataban las muñecas de Matías contra el techo. Su cuerpo cayó como un costal de huesos envueltos en piel. “Los muertos no se mueven Matías. Te dije, te dije.” Repitió Matías en el piso.

La boca río cuando escuchó esas palabras. “Tienes razón, los cuerpos de los muertos no se mueven. Ahora Matías no está aquí, ¿verdad?”. “Los muertos no están en ninguna parte, en ninguna” dijo Matías en un tono fuerte y seguro.

“Veamos ahora. ¿Qué podemos hacer con esta situación? Ya sé. Vamos a comer. ¿Qué te parece? Un banquete en honor a la muerte de Matías.” Matías asintió con un gemido largo y agudo. En dos movimientos, una mano lo llevó a una silla roja de fieltro con seda.

“Hoy preguntaron por un muerto. Pero yo les dije que no estaba aquí. “Dijo la boca en tono burlón. “Los muertos no están en ningún lugar.” respondió rápidamente Matías. “Así es. Así es. ¿Te acuerdas cuando Matías pensó que estaba aquí? Qué días aquellos.”

“Los muertos no están en ningún lugar. Matías está muerto, lo matamos.” dijo Matías con certeza. “No, no, no. Tú lo mataste, ¿no te acuerdas?” La boca sonrió mientras lo decía y acomodaba a Matías en la silla. “Sí, sí. Lo maté. Quería escapar, pero lo quemé hasta que se murió.”

“Ah sí. Qué carrera contra reloj aquella. Fue una historia para contar… ¡cómo lo atrapaste!” Le dijo la boca mientras la mano lo aseguraba en la silla. “Matías tenía hambre. Matías me marcó con su hambre. Matías se murió y los muertos no están en ningún lugar”. “Así es.” le dijo sonriente la boca.

“Bueno y ahora el banquete. ¿Por dónde comenzamos?” Matías guardó silencio. “Los muertos no hablan. Los muertos no dicen nada.” Pensó. La mano empuñó el escalpelo y lo colocó entre los dedos de Matías.

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Ahí estaba el sonido otra vez.

“¡Ahora tienes un escalpelo!” dijo la boca con un tono feliz. “¿Qué harás con él?”. Una risa clara y fuerte retumbó por todo el cuarto. Matías comenzó a reír a base de gemidos.

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Cada vez que reía pulsaba el artefacto metálico que la mano le había regalado para su felicidad. “Así me gusta. Qué feliz. Me complace tu felicidad.”

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El cuarto se llenó de la mezcla de una risa profunda y gutural, gemidos y el sonido metálico que emanaba del artefacto. “Bueno, ahora que te has vuelto tan bueno. Es hora. ¿Los muertos no caben en el infierno o sí? No los buenos muertos” Dijo la boca. “Los muertos no están en ningún lugar, en ninguno.” Dijo Matías.

“Así es mi querido. Pero… tú eres tan bueno que ya no cabes en el infierno.” Respondió la boca. “Infierno, sí, sí, sí. Es así. Así se llama aquí.” Dijo velozmente el harapo de carne y huesos que era Matías.

“Así es. Así se llama aquí. Este es el cuarto Infierno y yo te vengo a visitar. Matías era malo, muy malo. Pero Matías está muerto. Tú lo mataste, ¿te acuerdas?”. “Yo lo quemé, yo lo perseguí y lo quemé” respondió Matías.

“Así es. Pero es hora de que te vayas de aquí. Porque, ¿tú estás aquí no?”. “Matías está muerto, los muertos no están en ningún lado” dijo Matías lentamente. “Bueno, pues es hora de que te vayas ya que matamos a Matías y nos libramos de todo ese peligro.” Señaló la boca con un tono suave y paternal.

La mano que envolvía la mano de Matías en la que había colocado el escalpelo empujó con fuerza contra la cadera del cuerpo de Matías. Un profuso chorro de sangre emergió de una piel marchita. La sangre bañó las quemaduras que le cubrían.

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“Así es. Disfruta, ríe, vive. ¡Un banquete de sangre!” dijo la boca suavemente. Matías reía a punta de gemidos sin señal de terminar hasta que la mano hundió su cabeza entre sus muslos y lo baño la sangre que salía de su cadera. Comenzó a lamerla lento pero seguro.

En un momento la mano levantó su cabeza y le dijo “Venga descansa de la comida muchacho.” La sangre emanaba copiosamente y el cuarto comenzó a degradarse en colores y olores. Inclusive el sonido metálico que tanto escuchaba parecía derretirse en un aire más denso.

Entonces recordó todo… La captura. Lo primero había sido la pérdida de sus cuerdas vocales. El escalpelo. Luego la golpiza frecuente que había seguido a las sesiones de ahogamiento. La cubeta y la mano. Las noches sin dormir que habían forzado en él…la música durante cada noche y día…los gritos: el sonido.

Y vino el día en que comenzó a comerse a sí mismo para saciar el hambre que lo dominaba. La boca, los dientes. La boca le había enseñado a hacerlo, dónde morder, cómo comer.

El día que decidió intentar escapar y la trágica manera en que mataron al hombre que lo intentó ayudar. La captura. La manera en que lo quemaron y que cortaron sus tendones para que no pudiera moverse.

Luego, cuando la mano y la boca le ayudaron a quemar a “Matías”… cuando puso el soplete de mano entre sus palmas fijándolas con cinta canela y pasó el soplete por su cuerpo durante la “persecución de Matías” que se vivía escondido en su piel. El tiempo que tardaron en “atrapar” a Matías en su escondite final…. cómo se bañaron en llamas sus glúteos durante el final asesinato de Matías. El penetrante olor de una piel lamida por el fuego. Sus gritos que no acababan. Las risas.

Y ahora, finalmente. Una vez que Matías había muerto, y que había complacido a la boca y la mano, podía salir de aquel cuarto hediondo que la boca llamaba el Infierno. No recordaba si era el único cuarto en el que había estado. Podía haber más. Podía haber mil y uno. Pero qué importaba. Él sólo era un hombre que una vez tuvo un nombre y un barco. Alguien a quien le gustaban las niñas y creía en cortar gargantas para mantener  los secretos escondidos.

Fue un hombre llamado Matías que conoció una niña con un papá. Una boca y unas manos que habían cambiado todo, que le habían hecho reír para complacer al visitante, a un padre con el corazón roto.

¿Quién haría feliz al visitante si su hija estaba muerta? Matías era el reemplazo natural, pero él se había ido y ahora sólo quedaba el quemado para ayudarle en su tristeza.

Matías estaba muerto. Y todo lo que había sido de él había desaparecido. Y su asesino y vengador por fin sangraba para irse al ningún lugar y, finalmente, salir del infierno.

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**NOS VAMOS AL TEATRO**

Nada para reflexionar sobre temas significativos que los clásicos. . En el marco de un juicio diseñado, Antígona, Creonte, Ismene y Hemón discuten sobre el acontecimiento relatado por Sófocles.

En un caso en que lo que se discute no es la verdad sino la aplicación de la misma en la vida pública, se utiliza la ficción para hurgar en política, sociología y filosofía. Alimento para el pensamiento libertario.

La cita es en el Centro Cultural del bosque este domingo 20 de agosto a las 17:45 horas en la taquilla.

¡Buen fin de semana!

 

 

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