Parquímetros: Tan cerca y tan lejos
El día de ayer Andrés Lajous compartía sus reflexiones de hace 2 años sobre el problema del estacionamiento y el uso del parquímetro. Leí su texto y descubrí que –como en otras cosas- compartía algunos puntos sobre el tema pero con conclusiones un tanto diferentes. En particular me llamó la atención la descripción de la naturaleza del problema y la intuición moral que me parece compartida por el grueso de la población: una batalla de todos los días, que involucra la apropiación “privada”–valga la redundancia, pero prometo que está justificada– de un espacio “público”. Este espacio es además un bien escaso sobre el cual nadie -al menos no los franeleros, ni los automovilistas-puede reclamar un derecho legítimo para acceder a él.
Simpatizo además con su idea –libertaria hasta la médula– de que el problema está relacionado con una intervención estatal que ha favorecido arbitrariamente al transporte –individual– privado. Sus segundos pisos, y demás infraestructura incentivan que la gente utilice su automóvil y dañan el desarrollo de servicios de transporte colectivo, que no necesariamente público. Parecería que la idea libertaria, de que nada es gratis y de que los beneficiarios de un servicio son quienes deberían pagar por éste, es un lugar más común del que pensamos en el MLM. Pero entonces ¿por qué las conclusiones de Andrés Lajous, y las de muchos otros que piensan como él, no son libertarias?
La respuesta se puede ver con más claridad en un artículo más reciente, en donde se puede ver como lo alejan de la postura libertaria por un lado su pragmatismo característico y por el otro una leve tendencia socialista .[1]
Lo primero se evidencia en que al resolverse el problema de escasez para estacionarse en Polanco se ha demostrado que es una solución que va en el camino correcto. Esto tiene sentido, porque si bien Andrés reconoció que los franeleros eran “una” solución al problema –que el mismo Estado había ocasionado al favorecer el transporte en automóvil– nunca abandonó la idea de legitimidad de lo “público” en espacios y recursos escasos.
Sobre esto el análisis libertario es más claro en decir que el franelero es un agente racional, persiguiendo sus intereses y cumpliendo una función en el mercado de bienes y servicios. Son “héroes” en el sentido de blockeano: recordemos que aquí el Estado es el malo ya que a) benefició un tipo de transporte con dinero de todos aumentando el numero de automovilistas y b) generó escasez artificial al declarar el uso del espacio como gratuito. En este caso los franeleros asignan un valor a lo que antes “no tenía”, y funcionan como el vendedor de un servicio demandado por el mercado. Desde esta perspectiva no es mejor un valet, que un franelero o que el vecino que pone un fierro frente a su casa: todos se apropian de un bien no definido, y lo valoran en un mercado que quiere acceder a él. La cuestión recae entonces en si la apropiación es legítima o no.
Pero para el lente pragmático de Andrés los parquímetros se muestran superiores a todos los antes mencionados porque funcionan mejor en reducir el “déficit de estacionamiento”. La legitimidad de los medios es lo de menos. Pero además hay otros problemas, sobre todo por los fines que persiguen esos medios. Primero declara que no hay tal cosa como un “derecho al estacionamiento”, pero después aplaude la política que mejor garantice este bien y otros como el “derecho a poco tráfico”. Desde la sensible óptica libertaria, esto es intentar satisfacer necesidades usando coerción, y poco importa si es cobrando por un bien ilegítimamente apropiado o con penas administrativas o penales a quién obstruya el correcto funcionamiento de ese bien “público” llamado estacionamiento.
El socialismo asoma su mirada cuando el franelero es otra pobre víctima más del sistema:
Es, una y otra vez, terrible el odio que hay en contra de los franeleros. Personas que encuentran empleo en un mal trabajo...porque no hay otros trabajos. No hay duda que para hacerlo tienen que apropiar el espacio (por cierto como suelen hacer los automovilistas, valets, y empresas o vecinos que ponen tubos sobre la calle), pero no es lo mismo ordenar el espacio para estacionar coches en la vía pública que sin miramientos y con cierto placer dejar a un grupo de gente sin trabajo. (mis cursivas)
Propone con lógica impecable que el interés común podría justificar que estos pobres diablos cobren la tarifa, así como lo haría la empresa que goza de la concesión. Aunque es loable el reclamar la justificación de la concesión a una empresa como solución del problema y la falta de exploración de otras opciones, el argumento olvida el punto fundamental sobre la indefinición de derechos. Antes de preguntar que método de apropiación sería el más justo se abraza la idea de que habrá desempleados cuyos intereses deben ser protegidos, y es a ellos a quienes se debe otorgar el derecho de propiedad –a medias, porque sería concesión– sobre el bien que además sigue siendo público.
En ambos casos el automovilista paga a un agente – franelero, empresa – que a su vez dará – mochada de concesión, mordida policiaca- al Estado su parte. No puedo pensar en mejor manera de ayudar a los menos favorecidos que quitando la parte donde el Estado gana dinero. Además de que me preocupa la justificación de cualquier política basada en la necesidad, pero esa es otra historia.
Retomemos ambos puntos, la historia va así: si en el mundo A había tráfico y una pelea diaria entre varios individuos que reclamaban acceso a un bien escaso, y en el mundo B el Estado soluciona el problema al darle a alguien ese derecho; entonces la política es la correcta. Además, si es posible que en el mundo B el Estado ayude a los más necesitados y afectados de la puesta en práctica; definitivamente es la causa a apoyar.
Tan cerca y tan lejos porque si bien es posible detectar que la situación se debe a la indefinición de derechos de propiedad –espacios gratis– y a la interferencia Estatal – políticas de infraestructura que benefician un tipo de transporte–, no se logra salir del paradigma estatista. Parece que si la “apropiación individual” es la raíz del problema, la solución está entonces en la “apropiación colectiva”, y de pilón dicha “apropiación colectiva” será capaz de ayudar a los menos favorecidos.
¿Por qué no pensar diferente? ¿Que tal menos gobierno? Si partimos del individuo, encontraríamos que quizá lo más sensato sea que los principales afectados sean los vecinos y propietarios de comercios frente a los cuales está el pedazo de bien. Esto no es muy descabellado, además de franeleros y valets, el grupo de vecinos que se apropian del espacio frente a su fachada va en aumento, inclusive la propuesta de parquímetros propone trato particular a quién es propietario adjunto del lugar de estacionamiento. ¿Es tan difícil pensar en esquemas de reconocimiento de propiedad sobre la calle con base en vecindad y mecanismos de legítima apropiación individual? Si cada calle fuera de las personas que allí habitan, estas tendrían que encontrar el mejor uso que puedan darle a ese bien escaso que poseen, cada uno como propietario de un pedazo en particular.
Espero quede claro que si los parquímetros no pasaran por encima de los derechos de propiedad y se instauraran desde un equilibrio voluntario yo no tendría ningún problema. De entrada sería difícil imaginar una sola empresa con un contrato a varios años sobre la cual el vecino no tiene actualmente ningún control. Pero los parquímetros – en competencia – serían sólo una de muchas otras decisiones y esquemas que pueden adoptar, dejando así espacio a la innovación y competencia de soluciones.
En unos días, cuando gane el SI o el NO en la consulta de la colonia Condesa, el individuo perderá, y lo colectivo ganará. Simple y sencillamente porque no hay una alternativa que vaya a la raíz del problema. Los invito a que escuchen nuestro podcast sobre el tema y consideren las otras alternativas, sobre todo aquellas que pasan por el respeto y defensa de derechos de propiedad.
Twitter: @menosgobierno
[1] Entiéndase socialista en el sentido que los libertarios de “brújula magnetizada” decimos socialista
No veo mal la solución de asignar derechos de propiedad sobre la calle a los vecinos o empresas, pero creo que deberían de pagar por ellos de alguna manera. Aunque las calles hayan sido construidas por el Estado usando recursos públicos (ilegítimo y coercitivo desde el punto de vista libertario), la transferencia de un bien por parte del Estado, sea la calle o el estacionamiento, también es ilegítimo porque no se origina de un acuerdo voluntario entre los “dueños” originales de la calle, i.e. todos los que pagaron los impuestos con los que se construyó la calle y el vecino/comercio que se va a quedar con la calle. O puesto de otra forma si sólo le das la calle le está tocando un bien gratis y libertariamente “there ain’t no such thing as a free lunch”
El problema de ilegitimidad está, eso es cierto, y al resolverlo hay que intentar hacerlo con el menor agravio posible. Pero eso como tu señalas no es culpa del libertario, sino del Estado. Ahora bien, en quién debería recaer este “costo” que ocasionará la transición.
No descarto que esa sea una buena idea, hay libertarios que proponen mecanismos de subasta dando prioridad para ofertar, o no, a los vecinos contiguos. Simplemente hay que reconocer que en ese caso saldría beneficiado el ladrón. Es decir que si reconocemos que el Estado ya les robo a todos los ciudadanos para construir algo, ahora estamos pidiendo que le robe sólo a unos cuantos (los que paguen para recuperar ese bien robado -o construido con recursos robados).
Si existiera alguna manera de que el cobro de la calle va a ir a dar a quienes fueron expoliados en un primer momento por el Estado no tendría mayor problema. Al volverse esto difícil y ante el panorama de que el varo irá a dar al Estado, no esto seguro por cual mecanismo me inclinaría.
Al final no estoy proponiendo este como EL sistema, sino planteo el enfoque desde donde podríamos discutir cosas más interesantes.
Saludos!
Hablan de dar “copropiedad” del espacio público a los vecinos de enfrente de ese espacio público y yo sólo puedo pensar en “Don Vergas” (disculpen mi francés).
Me imagina banquetas y calles apartadas. Me imagino topes. Me imagino la aparición de portones donde “los vecinos” decidieron que ya no quieren tráfico.
Aún desde una perspectiva libertaria, me parece que el espacio público entendido como un espacio de acuerdos y encuentros, de vecindad y extrañeza, un espacio social y político, debe seguir normas comunes, simples y continuas, antes que decisiones individuales y arbitrarias respecto de su uso o apropiación. En ese sentido, el parquímetro como medio tecnológico de control del espacio se me ha hecho siempre buena solución. La bronca es siempre el destino de los recursos recaudados, que en mi opinión no debería ir a da a manos de los vecinos.
Desde la perspecitva libertaria, inclusive esa que también habla de espacios públicos para la interacción social, reconoce que los lugares para estacionar vehiculos no son un bien público, ni forman parte del “espacio público” donde sucede el encuentro con la otredad. Es decir, nos encontramos ante un bien que puede y debe ser provisto por un mercado privado de lugares (como las calles para transitar, por ejemplo).
Entiendo que el parquimetro sea una buena solución técnica, pero pierde por completo el punto de la legitimidad para usar la herramienta. No necesariamente debe ir a los vecinos, lo proponía como una manera de adjudicar derechos de propiedad en un situación donde actualmente el Estado asume los derechos.
Vecinos, compañias, proveedores, da igual, la idea es privatizar de verdad.