Separación y Reunificación Alemana: a 25 años de la Caída del Muro de Berlín
En 1949, cuando los Estados de Alemania se confederaron en dos repúblicas distintas se llevó a cabo un interesante experimento social. Una población homogénea, que compartía historia, cultura, lenguaje, y ética, fue sujeta a dos distintas constituciones político-económicas que responden a diferentes incentivos institucionales. La diferencia de resultados es apabullante. Si tras cuarenta años de socialismo de mercado en la Alemania Occidental contra el socialismo soviético de la Alemania Oriental uno entrara y comparara los modos de vida, se daría cuenta de un Este distinto y empobrecido por el sistema, que bien podría haber sido un país tercermundista. En la Alemania Oriental uno vería que la vida se caracteriza por la constante carencia de TODA clase de bienes de consumo, desde harina hasta vivienda. Este texto pretende hacer un recuento de la historia de Alemania desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta su reunificación.
Como resultado de la derrota de Hitler en Alemania, cerca de 10 millones de alemanes vivían en un pequeño territorio alemán; 40% de la población había sido bombardeada, y el 60% estaba en condiciones de desnutrición. En los territorios ocupados por los Aliados, se mantuvo el régimen económico de la Alemania nazi, es decir, una economía de guerra. La mayoría de los productos de consumo estaban racionados, se mantuvieron controles de precios y de salarios, y el comercio exterior estaba estrictamente regulado por la administración militar. Por doquier pululaba el intercambio por trueque y el mercado negro. Gracias a la fijación de precios máximos y a una excesiva cantidad de marcos en papel moneda, no había mucho qué comprar y el dinero era casi inútil. En el mercado negro los precios experimentaron tremendos efectos de la inflación, y monedas alternas como el café, los cigarrillos o la mantequilla se empezaron a utilizar. La producción alemana en 1946 era menos de un tercio que la que hubo en 1938.
En respuesta a la incipiente Guerra Fría, los Aliados de Occidente cambiaron sus políticas hacia Alemania. Mientras que la meta previa era desindustrializar a Alemania para empobrecerla, la meta ahora era reconstruir los territorios ocupados por Occidente para construir una potencia económica. De 1948 a 1952 las tres zonas occidentales recibieron $1.5 billones de dólares vía Plan Marshall. Hacia mayo de 1947 las zonas ocupadas por Gran Bretaña y Norteamérica fueron unidas, y la administración de la región se devolvió a manos alemanas. El 2 de Marzo de 1948 Ludwig Erhard fue electo Ministro de Economía, cargo que desempeñaría hasta 1963. Fue Erhard quien inició una reforma monetaria en junio de 1948, impulsando una política de dinero sólido. Rápidamente Alemania Occidental tuvo una de las más bajas tasas de inflación y el marco se convirtió en una de las monedas más sólidas. En el mismo mes, Erhard impulsó una radical, aunque no impoluta, reforma de libre mercado. Yendo a contracorriente de los preceptos de las políticas keynesianas de la época que recomendaban los expertos y la opinión pública (dirección macroeconómica, inversión socializada, industrias “básicas” nacionalizadas), Erhard eliminó la mayoría de los controles de precios y salarios, a la vez que permitió la libertad de movimiento, intercambio y ocupación, expandiendo así los derechos de propiedad y la esfera de la vida privada. Fue en 1949 que el sistema creado por Erhard se ratificó por la constitución de la Alemania Occidental como una Economía Socialista de Mercado. Estas reformas rápidamente constituyeron lo que hoy conocemos como milagro alemán. Las reformas de libre mercado inicialmente acarrearon un incremento en el desempleo, que alcanzó su cima del 8% en 1950. A partir de este punto el desempleo cayó hasta el 0.2%, y el número de empleos aumentó en 8 millones. La producción industrial se cuadruplicó, el PIB per capita se triplicó y el índice de crecimiento de Alemania Occidental sobrepasó al de cualquier nación europea, e incluso el de los Estados Unidos.
Por otra parte, los territorios ocupados por los soviéticos tomaron un curso distinto. La primer tarea realizada por la Administración Militar Soviética en 1945 fue nacionalizar todos los bancos. El mismo año, todas las granjas que excedieran los 715 m2 fueron expropiadas, así como las propiedades de nazis, criminales de guerra y presuntos nazis. Fue en noviembre de 1949 que la Alemania Oriental bajo conducción de la Unión Soviética se declaró constitucionalmente como una economía socialista centralmente planificada. Cabe destacar que el proceso de socialización de Alemania Oriental fue más lento que otros Estados satélite de la Unión Soviética, exceptuando a Polonia. Para 1960 más del 90% de la tierra para agricultura En 1950, más del 60% de la producción provenía de firmas socializadas., en 1960, el 80% y para 1970 era el 95%. El resto provenía de empresas privadas con licencia del Estado. Además, de 1945 a 1953, durante el periodo de Stalin, la Unión Soviética obligó a pagar a Alemania del Este un 45% de sus bienes de capital. No solo eso, alemanes residentes en Europa del Este, y alemanes fueron enviados a campos de concentración soviéticos para reparar daños de guerra. La política monetaria de Alemania Oriental siguió un efecto anestésico, pues mientras pretendían mantener la par con el marco, se seguía expandiendo la moneda, mientras se establecieron precios máximos a bienes básicos de consumo. La moneda Oriental se depreció frente a la Occidental, mientras que los precios en los mercados negros de la Alemania Oriental se disparaban.
Una tremenda diferencia es perceptible entre ambos mundos. Para mediados de los años 50, el consumo per capita de Alemania Oriental se encuentra alrededor del 40% debajo del de su contraparte Occidental. Para 1980, el sueldo promedio de Alemania Oriental era menos de la mitad que el de Occidente, si asumieramos que sus monedas fueran pares. Si tomamos el cambio de 1/10 que se generaba en el mercado negro, la diferencia es aún mayor. La diferencia en las pensiones es quince veces inferior en Alemania del Este que en la del Oeste.
Sin embargo, la muestra más reveladora es la migración de Alemania Oriental hacia Alemania Occidental. En los países de Europa del Este que hubieron tomado la vía socialista, el lenguaje era un gran impedimento para emigrar. En las Alemanias no existía tal diferencia en el lenguaje, y además Alemania Occidental ofrecía ciudadanía a todos los emigrantes del Este. Entre 1953 y el 13 de agosto de 1961, alrededor de 3.5 millones de individuos dejaron el Este. El Este tuvo que cerrar desesperadamente sus fronteras al Oeste para evitar que los obreros salieran del paraíso proletario. Así, se aisló a Berlín Oeste del resto de Alemania Oriental, y se construyó otro muro entre las Alemanias. Fue un sistema de muros, alambre de púas, bardas electrificadas, campos de minas, sistemas de disparo automático, y torres de vigilancia fueron construidas con el único propósito de evitar que los alemanes del Este desertaran del socialismo.
La diferencia se debe primordialmente a las diferencias en los incentivos que ofrece cada sistema. Bajo el sistema donde prevalece la propiedad privada de los medios de producción, es decir, el capitalismo, no solo es la meta la producción en masa, sino la producción en masa para satisfacer las necesidades de las masas. Son los consumidores los soberanos bajo este sistema. Ellos determinan qué ha de producirse, en qué cantidad y con qué calidad a través del consumo y la abstención del consumo. De esta manera, los productores que satisfagan las necesidades de los consumidores de la manera más económica y eficiente que otros serán recompensados. Con esto quiero decir que la competencia es fundamental. El mandato de los propietarios es revocable, pues si estos no se ajustan a las demandas del mercado, quebrarán. La riqueza no sólo proviene de acumular capital. Requiere de invertir y reinvertir en aquellos proyectos que satisfacen los deseos de los consumidores. Esto implica que los productores llevan a cabo cálculos racionales que les permitan servir de mejor manera a futuro.
Bajo el capitalismo, los trabajadores no son meros trabajadores, sino que también son consumidores, los principales consumidores. Como Frank Fetter alguna vez dijo, “el mercado es la democracia donde cada centavo da derecho a voto”. Sin embargo, en la democracia, es la mayoría quien decide e impone sus deseos sobre las minorías. El mercado ofrece al individuo la posibilidad de desobeceder a la mayoría. Nos brinda las obras literarias más vulgares, pero también los clásicos de la literatura, de las ciencias, las ciencias sociales. Nos deja ir a restaurantes de todas formas y sabores, donde las minorías vegetarianas tienen también su lugar. Nos da diferentes posibilidades de vestirnos, desde la indumentaria de la audiencia del reggaeton hasta los más finos trajes. La prensa libre no existe sin medios de producción privados. Así, podemos seguir listando las infinitas posibilidades que nos brinda un mercado libre, pero ese no es nuestro fin.
Uno de los factores que los socialistas fueron incapaces de dar cuenta fue el carácter de la soberanía de los consumidores bajo el sistema capitalista. Ellos solo observaron organizaciones jerárquicas, pero fueron incapaces de darse cuenta de que el sistema de ganancias sirve a los consumidores. El economista austriaco Ludwig von Mises nos recuerda que “si alguno de los jefes socialistas hubiera tratado de ganarse la vida vendiendo hot dogs, hubiera aprendido algo sobre la soberanía de los consumidores”. Una de las metas a corto plazo del socialismo es la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Marx claramente señala que debe quedar en los manos del Estado, tomado por el proletariado empoderado. Y que este Estado debía desaparecer paulatinamente. Lenin se topó con el problema del cómo al momento de llevar a la práctica el socialismo en Rusia. Su ideal era construir un proyecto de Nación que funcionara como una oficina gubernamental de correos, que no dependiera de los consumidores, sino del pago de impuestos. No pudo percatarse de que el carácter de la empresa cambia al encontrarse sola, es decir, como un monopolio que, por ende, no permite elegir entre distintos productos y servicios de diversas empresas. Con la centralización del poder en el Estado, el socialismo sustituye la soberanía del dictador, o del comité de dictadores por la soberanía de los consumidores.
Esto nos acarrea un problema económico aún mayor: en el socialismo es imposible el cálculo económico, y ello explica que en la Alemania Oriental haya predominado la pobreza. La explicación que Mises nos brinda en un artículo de 1920 titulado “El cálculo económico en el sistema socialista” resulta bastante plausible. Los cálculos racionales de los que hablamos anteriormente para el sistema capitalista, es decir, la previsión incierta a futuro que especula con las preferencias subjetivas de los consumidores, no aplican en el socialismo. En una empresa grande, diferentes departamentos llevan la contabilidad, que presupuesta el costo de materiales y mano de obra, además de los balances, que permiten cerciorarse de la eficiencia de los departamentos por separado y cómo organizarlos de mejor manera. Separar las cuentas de tal forma bajo un sistema socialista no es posible, pues esto solo es posible cuando se establecen en el mercado precios de toda clase, que permiten que los cálculos sean posibles. Donde no hay propiedad, no hay mercado, donde no hay mercado no hay sistema de precios, y donde no hay precios no puede haber cálculo económico. Agrega el profesor Friedrich A. Hayek que el socialismo no es posible porque el conocimiento que se genera en forma espontánea en las sociedades es de carácter complejo, y se encuentra disperso, razón por la cual es imposible que una autoridad central lo capte en su totalidad. El Estado no es Dios. Ignoran los socialistas que las sociedades superan el poder de cualquier mente individual, y que emplean conocimiento ampliamente disperso a través de la libre cooperación del mercado. El conocimiento se crea continuamente en el presente, y el conocimiento de ayer es inútil para planear el mañana. Todo intento por coordinar centralmente la sociedad termina descoordinándola y generando caos.
Volvamos a la realidad de Alemania. La prosperidad que hubieron dejado otrora las políticas de libre mercado se derrumbó. El socialismo de mercado, aunque opuesto a la omnipotencia del gobierno, rechaza el libre mercado en su pura expresión. Sus exponentes argüían la necesidad de la interferencia gubernamental en el mercado cada vez que las consecuencias de dejarlo libre resultaran socialmente indeseables. Esta concesión hizo del Estado Alemán Occidental un gran Estado propietario, capitalista y empleador. La educación, caminos, comunicaciones, escuelas, universidades, ríos, lagos, ferrocarriles, aerolíneas, correos, teléfonos, radio y televisión quedaron en manos del gobierno. Se fundó además un ejército. Todos los bancos fueron puestos bajo control de una banca central controlada por el gobierno. El sistema de seguridad social bismarckiano revivió y permaneció bajo control gubernamental. La construcción y la agricultura fueron protegidas del juego de mercado, así como la minería, el carbón, el acero, la construcción de barcos, y textiles. Hacia 1952 se introdujeron las llamadas leyes de protección al trabajo, incluyendo subsidios al desempleo, que limitaron la libertad de contrato entre empleados y empleadores. Además, en 1957 el principio básico de competencia de mercado, de entrada libre e irrestricta de mercancías fue suprimida, y todos los cambios económicos relevantes quedaron sujetos a la aprobación gubernamental. Para soportar esto, el Estado Alemán Occidental no pudo evitar incrementar impuestos y expandir la oferta de dinero. Ello conlleva una crisis que estallará hasta 1966, y que pondría fin a la carrera política de Erhard, que por entonces se desempeñaba como canciller. El crecimiento económico cayó del 9% en 1960 al 2% en 1966, y ya era negativo en 1967. Por vez primera en una década el desempleo creció al 2%.
En la época posterior a Erhard, en particular de 1969 a 1982, bajo el mando de un gobierno socialdemócrata, el crecimiento del Estado de bienestar en Alemania Occidental se aceleró. Simplemente de 1969 a 1975 alrededor de 140 leyes se aprobaron para subsidiar a varios grupos socialmente desfavorecidos. Siguiendo una política típicamente keynesiana, las leyes de protección al trabajo y anti-trust se recrudecieron. Los impuestos y contribuciones a la seguridad social se incrementaron con la excusa de financiar bienes públicos y aumentar la calidad de vida. Además, los déficits presupuestales crecieron de 57 billones de marcos en 1970 a 232 billones en 1980 y 503 billones en 1989. La expansión monetaria y crediticia nuevamente atrajo una recesión. El crecimiento económico cayó hacia 1980, mientras que el número de personas empleadas decaía. Cada vez se ejercía mayor presión en los trabajadores extranjeros para que abandonaran el país, y las barreras de inmigración se endurecieron.
Desde 1982, la socialdemocracia fue desplazada por un grupo de keynesianos de derechas que redujeron la velocidad del avance del Estado benefactor: las deudas del gobierno seguían creciendo, pero ralentizadas, fueron capaces de bajar los índices de inflación y de recuperar el crecimiento económico. No fueron capaces de emular el crecimiento que con anterioridad lograra Erhard. Después de 8 años de gestión el desempleo estaba cerca del 8%. En esta situación, la llegada de grandes masas de alemanes del Este a los subsidios que contaban los Occidentales no solo expuso la quiebra del socialismo, sino del Estado benefactor de Occidente.
La reunificación no fue únicamente causa de la inestabilidad de Alemania Oriental, sino que además la élite de Alemania Occidental buscaba incorporar a Alemania Oriental a su Estado benefactor. En lugar de echar atrás los proyectos de socialización, los partidos de Alemania Occidental extendieron su presencia a Alemania Oriental y establecieron organizaciones similares. Mientras la moneda del Este valía menos que la del Oeste. se estableció un tipo de cambio par entre ambas monedas, que no ocasionó un efecto inflacionario devastador, pero sí tuvo un efecto redistributivo del poder de compra de Oriente a Occidente, y también del sector privado de Alemania Occidental hacia su propio gobierno, y de forma indirecta, al gobierno Oriental. El gobierno Oriental, bajo supervisión del Occidental comenzó un proceso de privatización de la propiedad estatal. La extensión de la propiedad privada siguió siendo menor en Oriente que en Occidente, y se aumentó el tamaño del gobierno.
Las consecuencias de la reunificación se siguen sintiendo, y la diferencia entre las regiones alemanas persiste. La libertad no triunfó: sólo cayó el socialismo de tipo soviético, pero otras formas de intervencionismo siguen apareciendo, y son consensuadas por las sociedades alrededor del mundo. Como liberales, es tiempo de retomar la lucha ideológica centrándonos también en aspectos culturales y no sólo de carácter ideológico.