Unicornios y derechos: La narrativa analítica del liberalismo
El enojo lleva al lado obscuro. Si bien Omar no es un Sith aún, el enojo que produce lo que considera una calza forzada de la lectura de Rothbard para rescatar las raíces más radicales del pensamiento antiguo lo hace resbalar por la ladera de la vulgaridad en su última entrada sobre los derechos naturales. Porque no es lo mismo señalar el anacronismo que lleva consigo el rastrear economistas austriacos y/o libertarios hasta la China imperial, que denunciar a la escuela del naturalismo antiguo y moderno. Sobre todo si es porque creemos que no debería formar parte de una narrativa liberal por ser históricamente incorrecta y “científicamente” insostenible.
Historicidad e indeterminación en el derecho natural
La primera lucha tiene algo de interesante, la segunda es una muestra de la falta de interdisciplinaridad del libertario promedio. La crítica sociológica, como narrativa del surgimiento y evolución de instituciones, al contractualismo, como parámetro analítico de las mismas, no sólo es inefectiva sino que demuestra una falta de comprensión del ejercicio mismo. Ni Hobbes, ni Locke presuponen un estado de naturaleza donde opera de manera positiva el “derecho natural”. El estado de naturaleza es una herramienta analítica que permite abstraer de algunas particularidades para concentrarse en ciertas generalidades, como la capacidad de enunciar reclamos.
El gran problema de indeterminación que lleva a Omar a pensar que no hay tal cosa como derecho natural ya que varios autores llegan a distintas conclusiones, no es más que una variación en el método filosófico en cuanto a lo que se excluye e incluye en el análisis normativo. Es entendible que pudiera haber frustración ante la indeterminación. Pero las leyes naturales, o derechos humanos, o como les queramos decir, se descubren prescitamente mediante el meta análisis de estos sistemas normativos en mayor o menor medida trascendentales, utilitarios, racionales y robustos.
Una cosa es decir que es muy interesante estudiar como emergen los derechos de propiedad en la práctica, a veces de manera paralela a bienes comunes, por ejemplo, y otra que la idea del reclamo que puede expresar uno sobre un derecho a excluir, a salir, a decir no, no sólo es absurda sino además inútil. Y es que si no entendemos que independientemente de lo que hayan acordado otros, un individuo puede con toda legitimidad excluir o descartar un reclamo de otro individuo que busca, no por el convencimiento sino por la coacción, conseguir algo suyo. Confundir los análisis normativos con los positivos es, de hecho, la peor estupidez posible.
Una cosa es recomendar la lectura de Demsetz, Ostrom, Mckloskey, o cualquier otro análisis de instituciones que no esté fundamentado en economía política normativa, y otra olvidar las lecciones de los análisis positivos que señalan la naturaleza coercitiva de las instituciones políticas y los problemas de retroalimentación y mejora que esto genera. Y es que asignar a cualquier régimen positivo de derechos valor porque “orden emergente” (aunque frente a la evidencia de que los procesos de creación de estado son esencialmente de administración efectiva de violencia y no de coordinación pacífica de expectativas) parece la más burda justificación del iuspositivismo o utilitarismo, todavía más “impresentables” dentro de la narrativa liberal.
El sentido del derecho natural en la narrativa liberal
Para alcanzar la mayoría de edad, si nos ponemos serios, el liberalismo necesita dominar todas las narrativas, positivas y normativas, de la manera más robusta posible. Por lo demás, si algo es verdaderamente infantil es no comprender que cuando se usa un lenguaje de derechos naturales no necesariamente apelamos a que la legitimidad emana de Dios, la Razón o cualquier otro sustantivo en mayúscula. A veces, algunos, lo usamos para exigir que la negación del reclamo en cuestión sea capaz de tratar y desechar lo que se enuncia como derecho sin caer en el utilitarismo o iuspositivismo.
Un método económico no es lo mismo que la bandera de reforma social, pero la filosofía política analítica e individualista tampoco lo es, ni debería ser. Vaya, los argumentos austriacos y los de Rothbard o Nozick son construcciones que atraen a quienes se encuentran elaborando sus propias categorías sobre esos temas. Evitemos la crítica vulgar a un parámetro analítico, que de hecho, discute del lado liberal (metodológica e idológicamente) a un nivel de abstracción que puede no interesar a sociólogos, abogados o economistas. Abstracción o idealización no necesariamente es trascendentalismo, e inclusive los acercamientos más realistas y no ideales (dentro del liberalismo) cuentan con ideas no sujetas a consideraciones empíricas, como la idea de que es algo bueno en sí poder salir de organizaciones políticas y económicas por voluntad propia. Allí está los trabajos en moralidad, racionalidad y teoría no ideal de David Schmidtz, o el realismo de Chandran Kukathas. Bajo el parámetro de Omar, ellos también pecan de infantiles en algún nivel.
Pero el punto es que la idea del individuo como unidad de medida, el énfasis en los incentivos y en las capacidades de conocer, el mismo marco conceptual dentro del cual tiene sentido hablar sobre órdenes emergentes de sistemas complejos, tiene sus propios rivales en la teoría institucional y la filosofía moral y política. La supuesta superioridad moral del socialismo, o la eficiencia de la política ligada a la voluntad unipersonal, por ejemplo. Y muchos pueden llegar al liberalismo justamente por esa batalla de ideas y una estructura de argumentos que hace que tenga sentido tanto el derecho que tengo sobre mí, como el que tiene sobre sí mi vecino, con el que comparto una naturaleza racional y empática. Ese es el lugar de la narrativa sobre una naturaleza humana dentro del liberalismo. No como parte de una historia de las instituciones, ni de una sociología del derecho, sino como una voz metodologicamente individualista dentro del debate acerca de lo que al hombre le corresponde por ser: ¿libertad individual?
En este debate, evidentemente, no sólo hay libertarios. Discuten comunistas, socialistas, demócratas, utilitarios, igualitarios y demás. Todos pueden decir que defienden la libertad y la igualdad, pero gracias a la filosofía política analítica somos capaces de ver inconsistencias en los sistemas que en algún momento cambian definiciones o prioridades para que un discurso en particular tenga sentido. La coherencia que exige armar un aparato normativo en torno a la naturaleza humana es muy útil, por ejemplo, para comprender las contradicciones del comunismo y la democracia liberal a la hora de respetar a las personas como fines en sí mismos. Alasdair MacIntyre señalaba que la creencia en los derechos humanos es similar a creer en brujería y unicornios, pura creación del imaginario humano. Si bien tiene algo de razón, hay de unicornios a unicornios, y de brujerías a brujerías. La filosofía analítica normativa nos permite desechar los unicornios de 3 cuernos y curanderos charlatanes.
Yo tengo mi unicornio, me parece el más robusto y consistente.
Traigan los suyos, que yo sí quiero jugar.